суббота, 2 мая 2009 г.

ENTRE DOS CULTURAS

De madre rusa y padre cubano, soy una ¨polovina¨, como nos suelen llamar en Cuba, «aguatibia». Viví los primeros 20 años de mi vida en la isla, y casi la misma cantidad de tiempo llevo viviendo en Rusia. Pero los primeros recuerdos que guardo de mi infancia son de Cuba, del mar. En la playa de Mayanima viví casi un año. Era un barrio muy tranquilo, bastante lejos del centro de la ciudad, y allí vivían algunas familias acomodadas en casitas como las de la canción de Víctor Jara, muy popular en Cuba en esa época, «Las casitas del Barrio Alto». Recuerdo que había cientos de cangrejos, yo les tenía miedo, me parecían muy extraños, seres de otro mundo. Por las tardes salían a pasear y a buscar alimento, así que la arena parecía desplazarse junto a ellos. A esa hora la playa se convertía en la playa de los cangrejos. Después dejó de serlo, creo que se los comieron, la gente los cazaba por las noches con linternas y los metía en sacos, o los pobres se fueron a otra playa, con menos gente. Había un cangrejo que era fumador, pues se robaba las colillas de mi padre y se las llevaba a su cueva, mi padre decía que se alimentaba de ellos, debió haber terminado mal, y también una mariposa borracha que se posaba en su vaso de cerveza y se bebía los restos. Era una mariposa nocturna enorme, negra, de esas que miden más de 10 centímetros, y me parecía completamente natural que se bebiera hasta un vaso entero. En realidad era mi padre el que se bebía el vaso, pero le gustaba gastar bromas, y yo me las creía).

Mis padres tenían muchos amigos, en casa casi siempre había visitas. A mí no me gustaba mucho que viniera tanta gente, pues tenía que responder a las preguntas tontas de las personas mayores. Toda mi vida me ha resultado muy difícil responder a preguntas tontas. La mayoría de la gente hace preguntas porque no sabe cómo hablar con un niño. La pregunta más tonta era la de mi nacionalidad: ¿Tú eres rusa o cubana? Como si eso dependiera de mí. Como si de eso dependiera algo. Si digo que soy rusa o que soy cubana, eso no cambia nada dentro de mí. Son solamente palabras. Normalmente la gente pregunta estas cosas como si la respuesta fuera evidente. Es como cuando te preguntan a quién quieres más, a tu mamá o a tu papá. La única respuesta correcta sería «A los dos». Igual si me preguntaran por la nacionalidad, no sabría por cuál decidirme, más cuando se trata de dos culturas tan diferentes. ¿Qué prefiero, la literatura rusa del siglo 19 o los carnavales de la provincia Santiago, en los pueblos pequeños de Oriente de la isla, donde todo el mundo sale a bailar a las calles? Son fenómenos culturales incomparables, y yo me quedo con los dos, porque los dos me gustan.

Elegir entre Rusia y Cuba sería como elegir entre mi padre y mi madre, entre mi padre cubano y mi madre rusa. Escoger a uno sería traicionar al otro, por eso prefiero decir que soy las dos cosas a la vez. Soy mitad rusa y mitad cubana, como aquellos animales míticos que eran hombre y animal a la vez, soy “polovina”, soy “mitad”, mitad persona y mitad animal. Claro que me gustaría ser la mitad de un animal más o menos simpático, un perro o un caballo, por ejemplo, o de un león o una leona, y no ser un Minotauro, por ejemplo…

En Mayanima vivimos “prestados” en casa de un colega de mi padre hasta que cumplí los cuatro años. Cómo mi padre era de Oriente, no teníamos dónde vivir, a pesar de que él había empezado a trabajar en el Instituto de Ciencias médicas «Victoria de Girón». Mi madre no trabajaba al principio, la recuerdo lavando a mano en un lavadero, y me recuerdo a mí misma metida en un cubo de agua. Cabía completa en un cubo no muy grande, así que debía estar bien pequeña.

Por las tardes bajaba el calor y paseábamos por nuestro barrio, situado bastante cerca del mar. A veces mi padre no estaba con nosotras, tenía que trabajar mucho y su trabajo quedaba bastante lejos. Además, había muchísimos problemas con el transporte, o podría decirse que no existía prácticamente ningún transporte público. Cuando paseábamos mi madre y yo, la gente nos miraba con mucha curiosidad y hacía comentarios en voz alta, como mi madre no hablaba todavía español, podían decir lo que quisiera. Pero yo sí que los entendía. Los niños que vivían allí me gritaban casi siempre “la rusita”, “allí va la rusita”, aunque físicamente de rusa no tengo nada, soy morena de ojos oscuros y pelo negro. A mí me molestaba mucho que me llamaran así, por eso se me ocurrió la siguiente respuesta: “Yo no soy ninguna rusita. ¡Me llamo Verónica Pérez Cubana!” En realidad me llamo Verónica Pérez Kónina y mi segundo apellido, “Kónina”, lo transforme en nacionalidad. Era curioso que precisamente se tratara de mi apellido ruso, el apellido de mi madre.

Y desde esa época me persigue ese sentimiento de patriotismo multiplicado por dos. Si alguien en mi presencia critica a Cuba, me siento aludida y salto a defenderla de inmediato. En Moscú yo trabajo como profesora de español, y cuando una alumna me dijo que en Cuba no existía cine, que los cubanos no eran capaces de hacer películas porque se pasaban el tiempo bailando, me sentí muy ofendida.¡Y la película «Fresa y chocolate» de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, que incluso fue nominada al Oscar como película extranjera! ¡Y todos los documentales que se hacen actualmente en el ISA, Instituto Superior de Arte, y la Escuela Nacional de Cine de San Antonio de los Baños, fundada por Gabriel García Márquez! El cine cubano no se conoce en Rusia, es verdad, pero esa chica acababa de llegar de Cuba…

También me resultó muy chocante el comentario de una colega, profesora de español, cubana. Cuando le conté que estaba buscando información sobre la huella que había dejado la cultura rusa en la cultura cubana, me dijo que los rusos no habían dejado nada en Cuba, y si habían dejado algo, nada bueno sería. Esta vez me tocó ofenderme por los rusos. En 30 años de relaciones tan estrechas que hubo entre los dos países, no es posible que no haya surgido aun fusión, una penetración mutua de culturas. Por sólo mencionar el ejemplo más evidente, el ballet cubano, que antes de la revolución era muy poco representativo, y ahora está entre los mejores de América y del mundo.